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Cáncer

Cómo prevenir el cáncer: 6 factores de riesgo que debes vigilar

Hasta un 50% de los casos de cáncer se podrían evitar con un estilo de vida adecuado y estrategias de detección precoz.

CRIS Contra el Cáncer
Fecha de publicación:
8 mayo 2025
Fecha de revisión:
28 julio 2025

Índice de contenidos:

Información sobre el Cáncer
No obstante, hay que tener en cuenta que seguir hábitos saludables reduce el riesgo de desarrollar cáncer, pero no lo elimina por completo.

Por eso no hay que extrañarse de personas que desarrollan tumores a pesar de llevar una vida muy sana o personas que con hábitos muy perniciosos viven más de 90 años.
Sin embargo, sí que está claramente demostrado y respaldado por la Ciencia que, evitar ciertas prácticas y tener hábitos saludables favorece una vida sana, con menos probabilidad de desarrollar enfermedades, como es el cáncer.

A continuación, se presentan varios aspectos sobre los que cada uno de nosotros puede actuar para proteger y mejorar la salud, prevenir el cáncer, y llevar una vida de calidad libre de enfermedades. No obstante, hay que tener en cuenta que seguir hábitos saludables reduce el riesgo de desarrollar cáncer, pero no lo elimina por completo.

Di adiós al tabaco: protégete a ti y a tu entorno

El exceso de peso (sobrepeso y obesidad*) se define como una acumulación excesiva de grasa, y se ha relacionado directamente con una mayor probabilidad de desarrollar varios tipos de cáncer. En la Guía proporcionamos información sobre cómo mantener el peso en unos límites saludables.


Estudios realizados en Reino Unido estiman que el tabaco causa aproximadamente un 14 % de todos los casos de cáncer (3 de cada 20) y es el responsable de un 20 % de las muertes por cáncer (37.700 en 2021).

Entre los cánceres más asociados con la exposición a tabaco, por supuesto, destaca el de pulmón (el más impactado, con 33.100 casos anuales atribuibles al tabaco), que, además se sitúa como el cáncer que más muertes provoca tanto a nivel mundial como nacional. Otros cánceres también asociados con el tabaco son el de boca, faringe, laringe, esófago, hígado, vejiga, riñón, páncreas, estómago, cuello uterino, colon y recto, entre otros.

El tabaco sigue siendo el principal factor de riesgo modificable para muchos tipos de cáncer, y su influencia abarca desde la iniciación tumoral hasta el pronóstico tras el diagnóstico. Y pese a lo que muchas personas puedan pensar, su influencia va mucho más allá del cáncer de pulmón.

Esto puede explicarse porque el humo del tabaco contiene más de 5.000 sustancias, y al menos 70 de ellas reconocidas como carcinógenas (p. ej., nitrosaminas, benceno) que dañan el ADN y dificultan su reparación. También favorece la inflamación crónica; el humo activa vías inflamatorias que favorecen la proliferación tumoral.

Es de destacar que las sustancias del tabaco no solo afectan a los genes directamente, si no que se ha observado que son capaces de promover modificaciones epigenéticas, es decir, que encienden o apagan genes relacionados con el cáncer. 

En lo que respecta al impacto una vez diagnosticada la enfermedad, se ha descrito que existe aumentar la toxicidad o reducir la eficacia del tratamiento.

El tabaco también potencia el daño a tejidos sanos por la radioterapia y eleva la incidencia de efectos secundarios (mucositis, fibrosis).

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Todos estos datos se unen a una peor supervivencia, según la BMC Cancer; pacientes fumadores tienen tasas de supervivencia global más bajas en cánceres como el de pulmón, cabeza y cuello, mama o colon. La buena noticia es que dejar de fumar tras el diagnóstico reduce sustancialmente la probabilidad de recaída y mejora la supervivencia libre de enfermedad.

Otro aspecto a tener en cuenta es la exposición pasiva; el humo ajeno también incrementa riesgo y complica la evolución, especialmente en cáncer de pulmón y mama.

Son, por tanto, muy numerosos los estudios que señalan al tabaco como un potente carcinógeno: inicia, promueve y agrava el cáncer.

Abandonarlo es la intervención preventiva más eficaz para reducir la incidencia, mejorar el pronóstico y aumentar la calidad de vida de los pacientes

Abandona el alcohol

El alcohol es un carcinógeno demostrado que afecta a todas las etapas del desarrollo de un tumor, desde el riesgo de aparición hasta la evolución tras el diagnóstico. 

Se ha establecido la existencia de una relación dosis-respuesta: cuantos más se bebe, mayor es el riesgo. 

Algunos estudios muestran que incluso cantidades moderadas elevan la probabilidad de desarrollar tumores, como el de mama

Entre los tipos de cáncer atribuibles al consumo de alcohol destacan el de colon, recto, mama, boca, faringe, laringe, esófago, hígado.

El impacto del alcohol en esta enfermedad de hace evidente en numerosos estudios, como uno publicado en 2021, en la prestigiosa revista The Lancet Oncology que señala la relación entre el alcohol y el diagnóstico de más de 740000 nuevos casos de cáncer en el mundo (1 de cada 25 diagnósticos se asocia a consumo de alcohol). 

Los investigadores señalan que no hay nivel seguro; incluso una copa al día se asocia con un incremento del riesgo, especialmente de cáncer de mama y colon.

Entre los mecanismos biológicos por los que el alcohol favorece la aparición del cáncer, los investigadores señalan la producción de una sustancia denominada acetaldehído. Se trata del producto de la metabolización del etanol que daña de forma directa el ADN. Con esto, el alcohol incrementa el estrés oxidativo en las células, lo que induce mutaciones y promueve vías proinflamatorias. 

Esta inflamación crónica, disparada por el alcohol, a su vez, facilita la proliferación tumoral. Igualmente, cabe destacar investigaciones que indican que el alcohol podría provocar alteraciones hormonales, por ejemplo, incrementa el nivel de estrógenos en mujeres, lo que eleva el riesgo de cáncer de mama.

En cuanto a su influencia en tratamiento y complicaciones, se ha establecido que el consumo continuado de alcohol puede agravar la toxicidad hepática y afectar el metabolismo de fármacos, aumentando complicaciones relacionadas con la quimioterapia.

De hecho, varios estudios señalan que pacientes que dejan de beber tras el diagnóstico mejoran su supervivencia global y reducen la tasa de recaídas, especialmente en cáncer de mama y colon.

En conclusión, y de acuerdo con la guía Las 5 claves para prevenir el cáncer, el alcohol es un factor de riesgo modificable con impacto en todos los estadios del cáncer: prevención, tratamiento y seguimiento. Su eliminación es una de las medidas más efectivas para disminuir el riesgo de cáncer y mejorar el pronóstico de la enfermedad.

El consumo de alcohol en nuestra sociedad está muy extendido y normalizado. Sin embargo, incluso pequeñas cantidades de alcohol pueden aumentar el riesgo de numerosos tipos de tumores. Descubre lo que dice la ciencia sobre la relación del alcohol con el cáncer.

Mantener un peso saludable

El sobrepeso es la segunda causa de cáncer prevenible, solo por detrás del tabaco, y se ha relacionado con el desarrollo de al menos 13 tipos diferentes de cáncer.

Un índice de masa corporal (IMC) entre 18,5 y 24,9 se considera saludable; por encima de 25 (sobrepeso), aumenta progresivamente el riesgo de padecer determinados tipos de cáncer (cáncer de colon, mama posmenopáusica, endometrio, riñón…).

Entre las razones que explican esta asociación parece destacar que un exceso de grasa corporal favorece la inflamación crónica y altera el metabolismo hormonal, dos vías clave en la aparición del cáncer; particularmente, en cáncer colorrectal, se han publicado diversos estudios que demuestran una clara relación entre la obesidad y el riesgo de desarrollar este cáncer. 

Este factor no solo se asocia con el riesgo de padecer cáncer, sino que, impacta directamente en el pronóstico de los pacientes y por tanto en la supervivencia. 

Varios estudios ya han demostrado una mayor dificultad en el diagnóstico de individuos con sobrepeso u obesidad, lo que retrasa la detección del cáncer en fases más tempranas.

Incluso muchos tratamientos, como la radioterapia o quimioterapia pueden no ser tan efectivos.

Asimismo, se ha demostrado que la obesidad aumenta el riesgo de complicaciones y alarga el tiempo de recuperación tras las cirugías.

En resumen, los pacientes con obesidad presentan, en promedio, mayor tasa de recaída y peor supervivencia global en varios tumores, especialmente en cáncer de mama y de colon.

Estudios recientes sugieren que la pérdida de peso ayuda a prevenir la aparición de esta enfermedad, mejora la respuesta al tratamiento y reduce la mortalidad por cáncer relacionada con la obesidad.

Comer sano para vivir más y mejor

El patrón de alimentación, no sólo alimentos aislados, previene hasta un 30–40 % de los casos de cáncer, con especial impacto en el desarrollo de cáncer colorrectal, como muestras ciertas investigaciones.

No hay alimentos que de manera aislada vayan a ayudar a prevenir el cáncer ni tampoco a provocarlo, pero la Ciencia nos dice que uno de cada 3 cánceres se podría evitar con una alimentación saludable, gracias a su potencial antiinflamatorio antioxidante y nutritivo.  

Específicamente, el patrón de alimentación se refiere al conjunto de hábitos dietéticos que engloba la frecuencia, la variedad y las proporciones de los diferentes alimentos que se consumen a lo largo del tiempo, más allá de fijarse en un nutriente aislado.

Un buen patrón combina principalmente vegetales (frutas, verduras y hortalizas), cereales integrales y legumbres, grasas saludables (aceite de oliva virgen extra, frutos secos y pescado azul), cantidades moderadas de proteínas de origen animal (pescado, legumbres y aves) y limita los ultraprocesados, las carnes rojas y los azúcares añadidos. 

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La dieta mediterránea, un buen ejemplo de patrón de alimentación saludable, destaca por su consumo de verduras y frutas de temporada, frutos secos y grasas principalmente vegetales.

La alimentación es el hábito que está en nuestras manos sobre el que más control podemos ejercer. Un claro ejemplo de ello podemos encontrarlo en investigaciones que relacionan el consumo elevado de carne roja con un mayor riesgo de desarrollar cáncer de mama. Los investigadores apuntan a estos alimentos como cancerígenos y recomiendan evitar su consumo.

Por otro lado, un patrón de alimentación rico en fibra (25–30 g/día) se asocia con un 15–20% menos de cáncer colorrectal.

Comer mayoritariamente frutas, verduras y cereales integrales ayuda a mantener un peso saludable y a reducir la exposición del colon sustancias que pueden favorecer la aparición de tumores.

Sin embargo, no solo el riesgo de cáncer de colon se ve reducido por este consumo de fibra, sino que ciertos estudios también han observado este efecto en otros tipos de cáncer, como el de ovario, el de próstata o el de pulmón, lo que demuestra el gran beneficio de incluir estos alimentos de forma recurrente en la dieta.

Una dieta equilibrada y saludable, rica en fibra, mejora de forma significativa la motilidad intestinal, disminuyendo el contacto con la mucosa del colon, y favorece una adecuada flora intestinal, según diversos estudios

Introducir en la dieta alimentos con propiedades antioxidantes también ejerce un efecto protector frente a estas enfermedades.

Compuestos como sulforafano (brócoli) o polifenoles (té verde, bayas) pueden reducir el estrés celular y modular vías de multiplicación celular.

De hecho, varias investigaciones demuestran el papel beneficioso de estos alimentos antioxidantes frente a ciertos tipos de cáncer como el de mama.

Asimismo, ciertas publicaciones demuestran que el consumo de grasas saludables, como los omega-3 que encontramos en pescado azul, aceites vegetales o frutos secos, reducen la inflamación crónica, muy relacionada con el desarrollo tumoral.

De nuevo, una dieta antiinflamatoria y rica en nutrientes esenciales puede no solo prevenir el cáncer, sino mejorar la respuesta a tratamientos cuando ya existe un diagnóstico.

Se ha establecido que un estado nutricional óptimo disminuye la toxicidad, reduce complicaciones y acelera la recuperación post-tratamiento con quimioterapia y radioterapia.

Los datos de Cancer Research UK muestran que pacientes con mejor adherencia a pautas de dieta saludable presentan menor riesgo de cáncer en general y de recaída tras tratamiento, en ciertos tipos, como de mama y colon.

Mantener o adoptar una dieta equilibrada tras el diagnóstico (prehabilitación) ayuda a: preservar masa muscular, esencial para tolerar tratamientos intensos, controlar peso y reducir inflamación sistémica, y mejorar calidad de vida, disminuyendo la fatiga y efectos secundarios.

Por todo ello, y de acuerdo con la guía Las 5 claves para prevenir el cáncer, se recomienda seguir unas pautas de dieta saludable, que incluya: cinco porciones de frutas y verduras diarias (400 g), cereales integrales en la mayoría de las comidas, limitar carne roja a < 200 g/semana y evitar la carne procesada, los azúcares libres y alimentos ultraprocesados.

Con estas y otras medidas, se podrá mejorar la alimentación, controlar el peso e influir directamente sobre nuestra salud y riesgo de enfermedades, como el cáncer.

Evitar el sedentarismo: ¡Muévete por tu salud!

El sedentarismo y la actividad física tienen un impacto determinante en el riesgo de desarrollar cáncer, en su progresión, en la eficacia de los tratamientos y en la supervivencia a largo plazo.

La actividad física, por sí misma, reduce el riesgo de más de una decena de tipos de cáncer, incluidos colon, mama, endometrio, riñón y esófago. Por ejemplo, en cáncer de mama, las mujeres más activas presentan hasta un 25 % menos de riesgo de desarrollar la enfermedad que las menos activas. 

Es decir, cuanto más activo eres, mayor es el beneficio: perder o mantener un peso saludable a través del ejercicio explica buena parte de esta protección, pero también hay efectos directos sobre el organismo.

Un ejemplo de ello puede verse en un reciente estudio del National Institutes of Health (NIH) que muestra que, comparados con quienes dan 5 000 pasos diarios, quienes alcanzan 7 000 pasos/día reducen su riesgo de cáncer en un 11 %, y quienes llegan a 9 000 pasos/día lo reducen en un 16 %. El mensaje es claro: ¡Hay que moverse!

Estos resultados positivos encuentran su explicación en que la actividad física es capaz de combatir al cáncer mediante varios caminos:

  • Regula hormonas sexuales (estrógenos, andrógenos) y factores de crecimiento reduciendo la proliferación celular, como se evidencia en un estudio sobre cáncer de mama publicado en AACR Journal.
  • Disminuye la insulina y mejora su sensibilidad, frenando mecanismos pro-tumorales, según revisiones científicas en Cancer Cell International. Los mismos autores demostraron que el ejercicio modula la inflamación
  • Refuerza el sistema inmunitario, potenciando la vigilancia antitumoral, de acuerdo a resultados en revistas como Heliyon o Blood Advances.
  • Acelera el tránsito intestinal, reduciendo la exposición de la mucosa a posibles carcinógenos. Estos resultados aparecen en varias revisiones científicas como una publicada en el Journal of Sport and Health Science.

Es por ello esencial introducir el ejercicio en el día a día, y evitar todo lo posible los peligros del sedentarismo. De acuerdo a estas afirmaciones, el MD Anderson Cancer Center publicó un estudio donde se demuestra que las personas más sedentarias presentan un 82% más de riesgo de mortalidad por cáncer.

Otras investigaciones muestran que pasar gran parte del día sentado puede elevar hasta un 66 % el riesgo de ciertos tumores (colon, endometrio) en comparación con estilos de vida más activos.

En cuanto al impacto en la supervivencia y recurrencia, Cancer Research UK establece que incorporar ejercicio estructurado tras el tratamiento de cáncer de colon reduce significativamente la probabilidad de recaída y mejora la supervivencia libre de enfermedad.

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Resultados similares se obtuvieron en un estudio de investigación, publicado en la prestigiosa revista The New England Journal of Medicine, en el que se demostraba que el ejercicio aumentaba la supervivencia en los pacientes de cáncer de colon tras el tratamiento con quimioterapia.

No solo eso, sino que el ejercicio también parece mejorar la respuesta a los tratamientos y reducir los efectos secundarios. Por ejemplo, destaca un estudio que relaciona el ejercicio físico con una menor toxicidad cardiovascular debida a la quimioterapia, en pacientes de cáncer de mama.

El músculo y la fuerza juegan un papel fundamental en la supervivencia y la tolerancia a los tratamientos de muchos tipos de cáncer, como el de mama, colon, pulmón, próstata y páncreas. Una investigación mostró una mejor respuesta al tratamiento en aquellas mujeres con cáncer de mama que llevaron a cabo un programa de ejercicio y dieta saludable, mostrando los beneficios de estos hábitos tanto antes como durante el diagnóstico de cáncer. 

El entrenamiento de fuerza y el mantenimiento de una adecuada masa muscular han demostrado, según un estudio, limitar la toxicidad de ciertos fármacos contra el cáncer como el cisplatino.

Con todo ello, son evidentes los numerosos beneficios que aporta el deporte tanto en prevención, como en manejo y supervivencia al cáncer. En base a ello, y de acuerdo con la guía Las 5 claves para prevenir el cáncer, algunas recomendaciones prácticas pueden ser:

  • Divide el tiempo sentado: levántate cada 30 min para caminar o estirarte.
  • Acumula pasos: fija un objetivo de 7 000–10 000 diarios, usando podómetro o móvil.
  • Combina ejercicio moderado e intenso: alterna caminatas, ciclismo, natación y sesiones de fuerza dos veces por semana.
  • Haz del ejercicio un hábito social: únete a grupos de marcha, clases de baile o actividades al aire libre.

Adoptar un estilo de vida activo es tan sencillo como integrar pequeños gestos cada día, y sus beneficios alcanzan mucho más allá de la prevención del cáncer: mejoran la salud cardiovascular, la salud metabólica, las enfermedades neurodegenerativas, etc.  el estado de ánimo y la calidad de vida global.

Otras medidas de prevención: radiaciones, infecciones y gases peligrosos

El exceso de radiación ultravioleta (UV), la exposición a gases tóxicos, gases naturales como el radón, o determinadas infecciones también son factores que, en parte, pueden prevenirse y, por tanto, reducir el riesgo de cáncer.

En primer lugar, la radiación UV es un claro factor de riesgo clave en el desarrollo de los cánceres de piel. De hecho, se estima que casi 9 de cada 10 casos de melanoma podrían prevenirse evitando la exposición excesiva al sol y las camas de bronceado. 

En España, los diagnósticos del cáncer de piel han crecido un 40 % en cuatro años, lo que promueve a concienciar sobre los peligros de la exposición a esta radiación.

Los rayos UV provocan en el organismo, en relación con el cáncer, un daño directo al ADN, aumento del estrés celular, fomento de la inflamación crónica e inhibición de la respuesta inmunitaria local.

Todos estos mecanismos biológicos también afectan a la recurrencia y supervivencia de aquellos que ya han sido diagnosticados. Los pacientes con exposición acumulada presentan tumores más agresivos y peor respuesta terapéutica.

Esto se debe a lo que se conoce como memoria de la piel, la capacidad de las células de recordar estímulos previos (inflamación, daño, exposición solar…) mediante cambios moleculares.

Gracias a ella, tras una herida o irritación reaparecen más rápidamente respuestas protectoras o, por el contrario, pueden generarse cicatrices, envejecimiento localizado o mayor riesgo de cáncer, como si la piel guardara un registro de lo que ya ha vivido.

La memoria de la piel da lugar a que los daños por UV se acumulen; por lo que protegerse desde la infancia reduce significativamente la incidencia a largo plazo.

Por ello, las recomendaciones pasan por evitar el sol en horas centrales: de 12:00 a 16:00, cuando la radiación UV es más intensa, usar fotoprotector de amplio espectro SPF 50, reaplicándolo cada dos horas y tras baño o sudoración, usar ropa y complementos que protejan del sol y evitar cabinas de bronceado.

Continuando con otros factores de riesgo y medidas de prevención, ciertas sustancias gaseosas, como algunos contaminantes del aire o gases como el radón, se han relacionado en los últimos años con la aparición de cáncer, particularmente de pulmón. Este último se trata de un gas natural que se encuentra en el suelo y puede acumularse en viviendas y edificios.

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Aunque aún es preciso continuar investigando en los mecanismos biológicos por los que el radón incrementa el riesgo de cáncer de pulmón [Proyecto CRIS de Factores Ambientales en Cáncer de Pulmón], se sabe que libera partículas en el organismo capaces de generar alteraciones en el ADN de las células, a la vez que incrementa el estrés oxidativo y la inflamación crónica, todo ello asociado con la aparición de tumores.

Finalmente, entre otros factores de riesgo, se estima que determinadas infecciones contribuyen aproximadamente al 5% de todos los casos de cáncer, lo que las sitúa, junto a la radiación UV, el alcohol y mala alimentación como un factor prevenible.

Las mas relevantes son:

  • Virus del papiloma humano (VPH): responsable del casi 90% de los cánceres de cuello uterino y de ano, y de un porcentaje elevado de pene y orofaringe.
  • Helicobacter pylori: implicada en el 75–76 % de los casos de cáncer gástrico, actúa muchas veces de forma silenciosa, confundida con indigestión. Asimismo, se ha demostrado que H. pylori es capaz de producir un daño directo al ADN de las células del sistema digestivo, de forma similar a lo que también sucede con algunos virus.
  • Virus de la hepatitis B y C (VHB/VHC): causan inflamación crónica del hígado, llevando a cirrosis y hepatocarcinoma.
  • Epstein–Barr (EBV) y Kaposi-associated herpesvirus (HHV-8): asociados a linfomas y sarcoma de Kaposi en contextos de inmunosupresión.
  • Otros parásitos y bacterias: Schistosoma haematobium (cáncer de vejiga), Opisthorchis viverrini (colangiocarcinoma).

Estos microorganismos generan inflamación crónica, que puede generar un ambiente favorable para la aparición de células tumorales. Además, pueden favorecer el cáncer de manera directa, al producir proteínas virales que desencadenan la transformación de las células, como ocurre en el caso del VPH.

Frente a estos riesgos, las principales medidas de prevención son la vacunación (frente al VPH, vacuna recomendada en adolescencia, que previene casi el 100 % de las lesiones precursoras de cáncer de cérvix, y frente al VHB: incluida en calendarios infantiles, reduce hasta un 70 % la incidencia de hepatocarcinoma), detección y tratamiento de infecciones (pruebas de VHC y H. pylori en grupos de riesgo), educación sexual y hábitos de higiene.

En definitiva, nuestros hábitos cotidianos modelan en gran medida el riesgo de desarrollar cáncer: una dieta rica en frutas, verduras y fibra, y con un bajo consumo de carne roja y carne procesada, mantenernos activos, abandonar el tabaco y el alcohol, controlar el peso y protegernos de excesos de radiación (UV), así como prevenir y tratar infecciones.

Adoptar un estilo de vida saludable no es un gesto aislado, sino un compromiso diario que mejora nuestra salud general, potencia la eficacia de los tratamientos si llegan a ser necesarios y, sobre todo, nos acerca a una vida más larga y de mejor calidad.

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